2011-11-02 07:59:35https://www.jesuscaritas.it/wordpress/es/?p=320

«Esposa del eterno Rey, recibe el anillo nupcial y conserva íntegra la fidelidad a tu Esposo, para que él te acoja en el gozo de las bodas eternas».



Con estas palabras del rito para la Profesión perpetua el arzobispo de Fermo, monseñor Luigi Conti, ha sellado la respuesta de amor de «nuestras» dos hermanitas, Rita y Paola. Precisamente, el pasado 29 de octubre, en el 125° aniversario de la conversión de Carlos de Foucauld, hemos participado a la íntima, pero al mismo tiempo solemne, concelebración durante la cual el arzobispo ha acogido el empeño definitivo de las dos hermanas que, juntas con Diomira, viven en la Fraternidad de Fermo.

La inmersión de las Hermanitas de Jesus Caritas en la misma iglesia local ha sido advertida, desde el inicio, por parte de todos como una verdadera manifestación del designio providencial de Dios. Luego de un período canónico de prueba, ad experimentum, la Fraternidad fue confirmada en cuanto se presenta, hoy, plenamente unida en la vida cotidiana de los hombres y las mujeres, particularmente con un servicio a favor de los menos afortunados. Sin embargo, no es fácil describir la propia «fisonomía» cuando se trata de una fraternidad que se inspira al mensaje espiritual del hermano Carlos de Foucauld. Porque toda la vida de Carlos de Foucauld ha sido una continua búsqueda por vivir el absoluto de Dios y la fraternidad universal, en el contexto histórico de su tiempo. De consecuencia, ninguno es llamado a reproducir el mismo estilo de vida y los mismos gestos del Padre de Foucauld. Pero cada fraternidad es llamada a revivir esas intuiciones siguiendo un camino original, en medio de los hombres y en el propio tiempo.

«Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). «El desapego de si mismo es la primera y fundamental condición para vivir el seguimiento de Jesús – ha enfatizado Mons. Conti en la homilía – y sin ello el quedar cerca de Dios podría ser un simple esconder el propio miedo, porque solo la generosidad personal podrá favorecer el germinar de pequeñas semillas». Los primeros frutos, a mi parecer, pueden ser individuados en la misma consagración de las hermanas, en aquel vigoroso «Padre mío, me abandono a ti, haz de mi lo que quieras» que continua a ser una evidente provocación del amor de Dios manifestado en Jesucristo, signo de perenne contradicción.

La Fraternidad, siguiendo la grande Tradición de la Iglesia y en el espíritu del beato Carlos de Foucauld, está siempre en búsqueda de los deseos de Dios, una búsqueda percibida como una necesidad continua de donación y en una cotidiana conversión. En efecto, después de la conversión, o mejor aún después del encuentro con Cristo, Carlos de Foucauld fue profundamente tocado por el espíritu de las Bienaventuranzas:

Vivió la pobreza real en todos los aspectos de su vida, hasta la aceptación de una muerte aparentemente inútil;

Vivió la castidad como signo de amor indiviso con Jesús que lo hacía partícipe de la vida de los hombres sus hermanos;

Vivió la obediencia como búsqueda de la voluntad del Padre y participación al sacrificio de Cristo en una continua respuesta a las diferentes y mutables situaciones de personas y de ambientes;

Sintió también el hambre y la sed de justicia, tanto que quiso hacerse hombre de comunión hasta la persecución.

Pero todo este ideal sería impensable sin un nuevo modo de comprender el seguimiento: «La santidad para los cristianos del tercer milenio – afirma Timothy Radcliffe – no es superar un examen de buena conducta, sino en hacerse cada vez más semejantes a Dios». En el lenguaje de la Fraternidad diríamos que no basta una simple obediencia a la regla, sino que es necesaria la amistad con Dios, amistad que se expresa en un amoroso «dialogo» con el Bienamado Hermano y Señor Jesús. Cuando una respuesta de amor es aprobada por los padres, por los amigos de la Fraternidad y por la Iglesia, ¡estamos ya sobre en buen camino!

Oswaldo Curuchich



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