2012-01-27 19:32:14https://www.jesuscaritas.it/wordpress/es/?p=384

Hace tiempo un amigo que pasó aquí en nuestra fraternidad de Nazaret nos puso una pregunta: ¿cómo podemos decir que vivimos el Evangelio? Muchas veces en la noche tenemos dificultad incluso solo de recordarnos la lectura de la lectio divina que abre nuestra jornada. Y ¿cómo podemos decir que la hemos vivido? Si esto es difícil para nosotros que leemos y releemos completamente la Biblia, que la estudiamos, eventualmente conocemos también las lenguas en que fueron escritas, cuanto más lo es para quien toma otras decisiones de vida.

Tengo que reconocer que estas consideraciones me quedaron impresas interiormente durante los meses sucesivos. Lo digo en serio. Si consideramos la posibilidad de decir, al final de la jornada, que hemos vivido la Palabra que se nos propone, por lo que me concierne, la mayoría de veces puedo decir que no la he vivido; la he olvidada. Pero me parece que la lectio y la lectura cotidiana de las Escrituras no tengan como finalidad inmediata la realización de esta Palabra de Dios, más bien su entrada y su permanecer en la dinámica de la Palabra.

Una sana «dependencia» de la Palabra que día a día se va reforzando dentro de nosotros, por la fuerza de la Palabra y para nuestra determinación habitándola, permaneciendo en ella, se construye y se refuerza independientemente de la sensación de su realización inmediata. La Palabra, el Verbo, el Logos, non es un conjunto de frases, sino una Persona, una presencia; y, como para conocer verdaderamente a un hombre o a una mujer es necesaria una vida entera, así es con Dios. La dinámica de la Palabra nos empuja a permanecer en relación, a permanecer abiertos, para dejarnos tocar, para dejarnos alcanzar, a veces para dejarnos herir por la Palabra. De este modo se permanece en la Presencia, incluso si aquella específica Palabra no nos ha dicho mucho, o bien si no la recordamos al caer de la tarde. En fondo, la Palabra, el Verbo, son otros nombres para decir el Hijo, Jesús, y lo que él nos ha hecho conocer es precisamente el rostro de Dios que revela el Amor, que revela el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: un Dios que es en sí mismo Relación. Y permanecer en la dinámica de la Palabra, a mi parecer, se traduce, en el permanecer en relación, disponibles en la escucha y en la respuesta, con una disposición de ánimo que abraza toda nuestra vida y no solo el momento preciso en que leemos la Escritura, y no solo en la escucha de aquel versículo de la Biblia. También en este modo la Palabra se realiza, se hace carne.

Y como si no bastara, la lectura sistemática y constante de las Escrituras lleva como efecto un progresivo, aunque si quizá no inmediatamente reconocible, cambiamiento de mentalidad y de sentimientos. En otras palabras produce una lenta conversión. Recuerdo las palabras de un teólogo en una conferencia: «si nosotros leyéramos todos los días el mismo periódico, terminaríamos por pensar como piensa el periódico, con las mismas categorías, con el mismo metro de juicio; absorberíamos las ideas, la mentalidad, el modo de sentir, además del modo de ver y juzgar los hechos de la vida. Si nosotros leyéramos todos los días las Escrituras, puede suceder la misma cosa: lentamente absorberíamos el modo de ver las cosas de Dios, sus criterios de juicio, su sentir, su pensar…». Y esto, a mi parecer, independientemente de cuanto, en la noche, podamos decir de haber vivido la Palabra del día. Simplemente vivamos en la Palabra y dejemos que sea Ella a trabajar dentro de nosotros, sabiendo que cada Palabra que sale de su boca no regresa a Él sin efecto, sin haber cumplido la misión para la que fue enviada (cf. Is 55,10-11).

Marco Cosini

 

 

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