2012-10-20 17:25:37https://www.jesuscaritas.it/wordpress/es/?p=589

Un acontecimiento extraordinario, esta vez familiar, nos invita a responder a la invitación que el Papa hace a toda la Iglesia de vivir el Año de la fe como «un tiempo de gracia espiritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe» (Benedicto XVI, Porta fidei, 8). La fe es un don ya en si misma, pero lo es aun más cuando ha sido vivida y transmitida por nuestros seres queridos.

Es una buena noticia, y para nosotros causa de gran alegría, saber que, por motivo de celebrar los 140 años de fundación de la Acción Católica en la diócesis italiana de l’Aquila, hayan elegido como cristiano ejemplar de la fe al señor Vittorio Barducci, es decir el papà de nuestro hermano Paolo María. En un pequeño libro publicado en estos días presentan la vida de un «testigo generoso, auténtico y creíble, capaz de comunicar por medio de su misma experiencia la belleza de una fe vivida con sencillez y fuerza de voluntad» (Vittorio Barducci, cristiano nel quotidiano. Scritti e testimonianze, Tau editrice, Todi (PG) 2012).

«Es un hecho muy significativo –dice en la Presentación el actual presidente nacional de la Acción Católica, el Prof. Franco Miano– que esta interesante publicación de los escritos de Vittorio Barducci y algunos testimonios a cerca de él, salga a la luz al inicio del 50° aniversario del Concilio Vaticano II y del inicio del Año de la fe». La vida de «papá Vittorio», por varios motivos, tiene mucho que ver con el tema del Vaticano II. Cuando había apenas cumplido sus 50 años de vida, advirtió los primeros síntomas de una enfermedad que le impidió salir a trabajar la mañana del 11 de octubre de 1962. En esa ocasión –recuerda uno de sus hijos–, estando en casa, quiso seguir la celebración de la inaguración del Concilio que fue transmitida en televisión. Fue para él causa de mucha alegría y dijo mientra sonreía: «Se no me hubiese sentido mal en este momento estaría en mi oficina, en cambio estoy en Plaza San Pedro en Roma!». Desde ese día empezó su calvario que reccorrió heroicamente hasta terminar su peregrinación terrenal el 9 de agosto de 1964.

Cito dos episodios emocionantes:

El primero viene de una carta que Vittorio escribió a Liliana Torpedine, su futura esposa, el 25 de mayo de 1943:

«Este es también el secreto de la felicidad de la familia: si Jesús está presente, si se trata de meter realmente en práctica sus enseñanzas, la alegría cristiana está garantizada. ¡Si Jesús está con nosotros, quién estará contra nosotros! Pero si a la paz y a la serenidad de la Gracia de Jesús, podremos añadir nuestra hermosa, limpia y luminosa casita donde nuestros niños crecerán inteligentes y sanos, bajo el cuidado amoroso de su dulce mamita, ¡cuánta deberá ser nuestra gratitud al Señor que es así bondadoso hacia nosotros con sus Dones!» (pag. 43).

La mañana en que papá Vittorio falleció era un día domingo, mirando intensamente el Crucifijo y abandonándose a la voluntad de Dios –recuerda la hija Graziana– nos dejó como don estas palabras:

«Cuánto habrá sufrido nuestro Señor, cuánto ha sido bueno: ha querido morir Él antes.

Ayudadme, ayudadme a rezar. Amaos mútuamente, perdonad.

Para un cristiano que haya hecho su deber no es triste morir.

Rezad mucho por mi, ¡y yo rezaré por vosotros!

Mantened la serenidad, yo os dejo, pero os espero en el Paraíso.

Ahora podéis ir, el Señor me espera, ¡soy feliz!».

El pensamiento nos lleva automáticamente a nuestro «gran hermano» Paolo María y a su querida familia, asimismo nuestra gratitud al Señor por darnos santos entre nuestros mismos familiares. Deseo recordar aquí a mi querido papá Juan que falleció apenas el año pasado, que si no puede ser comparado por su labor en favor de la Iglesia y de la sociedad, creo que haya vivido la misma auténtica fe de papá Vittorio. Un día, sin quererlo, di una lección a un amigo de nuestra Comunidad (se quejaba porque sus hijos no eran tan buenos o así como él quería) cuando le conté que mi papá todos los días iba a la iglesia a las 5 de la mañana para rezar también por sus hijos… «¡es gracias a él que yo no me preocupo más de la cuenta!» le dije. Ese señor se conmovió al aceptar que nunca había pensado que rezar por sus hijos formaba parte de su vocación.

El recuerdo y el testimonio de papá Vittorio y de mamá Liliana, y de nuestros papás que ya están en el cielo, nos puedan ayudar a vivir auténticamente el don de la fe y nos convenzan que «por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban. También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia» (Porta fidei, 13).

Nuestros sinceros agradecimientos a nuestros papás, a aquellos que nos están esperando en el Paraiso, y también a aquellos que viven y caminan con nosotros ayudándonos con su fe, con su cariño y con su amistad.

 

C. Oswaldo Curuchich

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