2013-02-16 13:26:45https://www.jesuscaritas.it/wordpress/es/?p=636

 

El anuncio de la renuncia del Papa lo recibimos, aquí en la fraternidad de Sassavivo, prácticamente en tiempo real y así pudimos seguir –minuto tras minuto– el esclarecimiento de la noticia, los primeros comentarios y la progresiva profundización del tema.

Uno de nosotros (pero sin nombrarlo) se emocionó hasta derramar lágrimas percibiendo en el acto de Benedicto XVI un claro “signo del tiempo” para la Iglesia de hoy y tal vez para todos los hombres de buena voluntad.

Nuestros sentimientos de gran respeto y gratitud hacia el Papa iniciaron pocos meses después de ser elegido como sucesor de San Pedro. Posiblemente pocos saben que la beatificación del Siervo de Dios Charles de Foucauld había sido fijada para el domingo 15 de mayo de 2005, solemnidad de Pentecostés, pero la muerte del Papa Juan Pablo II (2 de abril) obligó a posponer el evento. Una sensación de incertidumbre no solo acerca de la próxima fecha sino también de la misma celebración preocupaba a cuantos habían colaborado (como nuestro hermano Leonardo, en la foto) y deseado la canonización. Con gran sorpresa el anuncio de la nueva fecha fue comunicada poco tiempo después, de hecho, el 13 de noviembre del mismo año, el Hermano Carlos de Jesús finalmente fue inscrito en el registro de los Beatos.

Al terminar la concelebración eucarística Benedicto XVI ingresó en la basílica de San Pedro, después de haber venerado las reliquias de los nuevos beatos, antes de la bendición apostólica, dirigió a los presentes este saludo:

«Queridos hermanos y hermanas en Cristo, demos gracias a Dios por el testimonio que nos ha dejado el hermano Carlos de Foucauld con su vida contemplativa y silenciosa. En Nazareth él descubrió la verdad sobre la humanidad de Jesús, invitándonos así a contemplar el misterio de la Encarnación; ahí él comprendió mucho sobre la vida del Señor, al que deseaba seguir en humildad y pobreza. Descubrió que Jesús, que se hizo plenamente como nosotros, nos invita a la fraternidad universal, así como lo vivió después el mismo Padre de Foucauld en el desierto del Sahara, en el amor del que Cristo nos ha dado el ejemplo. Como sacerdote, ha puesto la Eucaristía y el Evangelio al centro de su vida, los dos banquetes de la Palabra y del Pan, que constituyen la fuente de la vida cristiana y de la misión de la Iglesia.»

Me ha siempre sorprendido que el Papa teólogo desde el principio de su pontificado haya indicado a la Iglesia en primer lugar la necesidad de un encuentro personal con Cristo como el deber principal de todos los creyentes. Así inicia su primera carta encíclica: «Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, n. 1).

Y así, al final de una larga vida donada totalmente a Cristo y a la Iglesia, el Papa Benedicto nos deja un mensaje aun más grande que podemos comprender en este paso trastornador: «Soy muy consciente de que este ministerio [petrino], por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando» (texto oficial de la renuncia). Es difícil no pensar en la oración de Moisés como está escrito en Éxodo 17,8-13:

«En Refidim los amalecitas vinieron a atacar a Israel. Moisés dijo a Josué: “Elígete algunos hombres y marcha a pelear conta los amalecitas. Yo, por mi parte, estaré mañana en lo alto de la loma, con el bastón de Dios en mi mano.” Josué hizo como se lo ordenaba Moisés, y salió a pelear contra los amalecitas. Mientras tanto, Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima de la loma. Y sucedió que mientras Moisés tenía las manos arriba, se imponía Israel, pero cuando las bajaba, se imponían los amalecitas. Se le cansaron los brazos a Moisés; entonces tomaron una piedra y sentaron a Moisés sobre ella, mientra Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así, Moisés mantuvo sus brazos alzados hasta la puesta del sol y Josué le mató mucha, mucha gente a Amalec.»

Sin dejarnos llevar por el contexto de la guerra, de la violencia y del género literario de la narración, no creo sea una exageración comparar el “viejo Moisés” intercesor de su pueblo y el “papa jubilado” que sostiene a la Iglesia con su oración y nos da el ejemplo para que lo hagamos todos por el mundo entero.

Si todos quedaron sorprendidos y edificados por la decisión del Papa, e incluso muchos entre los no creyentes lo saludaron “quitándose el sombrero”, me gustaría imaginar a los Tuaregs (que el Padre de Foucauld amó hasta el final y que estaban en San Pedro para su beatificación) que saludan a Benedicto XVI “quitándose el turbante” de sus cabezas como signo de admiración.

 

C. Oswaldo Curuchich

 

 

 

 

 

636open