Las noticias que nos siguen llegando desde Medio Oriente son muy alarmantes, todas hablan de violencia, de guerra, de sangre derramada inútilmente: Siria, Iraq, Israel, Territorios Palestinos… Y la “religión” sigue siendo una de las causas de división e de odio. Pensando en nuestros hermanos que viven en Nazareth y en todos aquellos que por ahí viven y sufren, deseo compartir esta meditación del Hermano Carlos de Jesús que inspira a la oración por la paz. Necesitamos rogar por la paz, siempre.

“La paz esté con ustedes… y en Su nombre se predicaría penitencia y perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén” (Lc 24,36-47).

Cómo eres bueno, Dios mio, tus primeras palabras después de la resurrección, como aquellas después de tu nacimiento, pronunciadas por los ángeles en tu nombre, como aquellas que tú has comandado a tus dicípulos de pronunciar al momento de entrar en una casa, es una frase de bendición: “La paz esté con ustedes”… ¡Cómo eres bueno, oh Dios de paz, oh Dios de amor! La paz es el primer grado del amor, y es también su fruto; pacede eso viene y a eso conduce… Tú has venido “a arrojar un fuego sobre la tierra”, el fuego del amor de los hombres hacia Dios y luego el amor entre ellos mismos… “Hacer arder ese fuego”, es la obra de tu vida, es la obra que tú pediste a tu Iglesia realizar después de ti… ¡Cómo eres bueno! ¡Tú ordenas que arda ese fuego sobre la tierra empezando desde Jerusalén! ¡Cómo eres bueno hacia todos los hombres!

Cuando entremos en una casa, y encontrando allí a seres humanos, todos hermanos, todos hijos bienamados de Jesús, todos salvados por Su sangre, todos destinados al cielo, todos miembros de Nuestro Señor, digamos siguiendo el ejempolo de nuestro Bienamado: “La paz esté con ustedes”… Amemos a Dios con todo nuestro corazón, es el primer mandamiento, es el primer objetivo de Nuestro Señor al dejarnos sus enseñanzas, sus palabras y ejemplos… Amemos a todos los hombres como a nosotros mismos, es el segundo fin de todas las lecciones, las palabras y los ejemplos de Nuestro Señor… Sea con nuestras oraciones, sea con los demás medios que Dios mete a nuestra disposición, sigamos la vocación que Él nos ha donado: encendamos, siguiendo el ejemplo de Nuestro Señor, “ese fuego sobre la tierra”, el dúplice amor de Dios y del prójimo en todos los corazones, “empezando desde Jerusalén”, es decir a partir de aquellos que Dios ha puesto en nuestra vida: familiares, amigos, vecinos, compañeros, todos aquellos que Él nos hace encontrar y nos encarga en modo especial.

Charles de Foucauld, L’imitation du Bien-Aimé