SAM_3424 copiaEl año pasado estuve en Estrasburgo (Francia) por motivo de estudios. Strasbourg es la ciudad natal del Beato Charles de Foucauld (1858-1916) a quien han dedicado una plaza y que nuestra congregación religiosa considera su fundador. Actualmente es una metrópoli y allí está la sede del Consejo de Europa, la organización internacional fundada en 1949 que se ocupa de promover los derechos humanos, la democracia y el imperio de la ley. Son 47 los estados miembros. Una de las características más impresionantes de Estrasburgo es su dimensión ecuménica, multicultural y multireligiosa (conviven judíos, cristianos y musulmanes).

Además de poder visitar las diferentes iglesias y templos pude constatar con mis propios ojos la realidad y caer en la cuenta que hay siempre cosas nuevas por aprender. Fue en una ocasión cuando –conociendo mis intereses– me invitaron a asistir a una reunión organizada por los Hermanos de Taizé. No se trataba de un encuentro de oración sino de la preparación del encuentro europeo de la juventud que se celebró en diciembre de 2013. La Comunidad de Taizé es una comunidad monástica cristiana ecuménica, fundada en 1940 por el teólogo suizo Roger Schutz, conocido como Hermano Roger. Dicha Comunidad se ha ido desarrollando a lo largo de los años y actualmente se compone de un centenar de hermanos originarios de una treintena de países, y se trata de cristianos procedentes de diversas confesiones, especialmente de las iglesias que provienen de la viva tradición de la Reforma Protestante del siglo XVI. Esta Comunidad es considerada un signo visible y palpable de la reconciliación y unidad de los cristianos; la Iglesia católica colabora activamente con ellos.

SAM_3362 copiaVolviendo al encuentro apenas mencionado, no podía creer con mis pobres categorías mentales a tanto respeto y colaboración entre personas que forman parte de iglesias cristianas diferentes. Después de haber presentado el programa y los medios necesarios para acoger a miles de jóvenes que llegarían desde diferentes países de Europa, cada uno de los representates de las comunidades cristianas se presentaba para ofrecer varias formas de colaboración: espacios para dormir, medios de trasporte, guías para acompañar a grupos no franceses, templos para realizar encuentros de oración, máquinas para imprimir folletos, etc. En dos horas todo había terminado y listos para realizar el evento. ¡Esto no sucede ni en nuestros mejores consejos parroquiales o presbiterales! Y la pregunta surge espontanea: ¿si algunos pueden, por qué otros no?

Cuando yo era niño me enseñaron que los que no eran católicos no formaban parte de los salvados, y ellos mismos nos consideraban “no convertidos”. Con mis tíos y primos evangélicos prácticamente nos ignoramos por mucho tiempo porque nuestra fe nos dividía. He visto a muchos jóvenes abandonar a su propia familia por haberse enamorado de la chica de otra comunidad cristiana, peor aun: algunos han sido rechazados por sus padres. No hace mucho tiempo escuché a un sacerdote católico decir en su homilía que el bautismo de los evangélicos no es válido y cosas por el estilo.

Pero menos mal que muchas cosas están cambiando y en este nuestro tiempo, razonar con estos criterios, y sobre todo formar a los dicípulos del único Jesús, nuestro Señor y Salvador de todos, con ideas y doctrinas intransigentes y excluyentes, por lo menos sería actuar con irresponsabilidad y en casos peores equivale a fomentar violencia en nombre de Dios. Dialogar –nos enseña hoy la Iglesia católica– significa estar convencidos que los demás tienen cosas buenas por decirnos, dejar espacio al punto de vista ajeno, a las ideas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino superar la pretención que sean las únicas y absolutas. Las cosas pueden mejorar, se necesitará tiempo, pero sobre todo se necesita renovar progresivamente nuestro modo de pensar, o como nos diría hoy San Juan Bautista: “Muestren frutos dignos de una sincera conversión”.

Oswaldo Curuchich jc

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