RV3Un fragmento del libro del P. René Voillaume, En el corazón de las masas, catalogado entre los clásicos de la espiritualidad del siglo XX, dirigido particularmente a los hermanos y las hermanas que se consideran discípulos de Charles de Foucauld, nos puede ayudar en nuestra vida religiosa y posiblemente en la vida de todos los cristianos si comprendemos el seguimiento de Jesús en primer lugar como un camino de conversión.

Cristo nos llamó y hemos respondido a su llamada escogiendo, como el Hermano Carlos de Jesús, una vida total y continuadamente dedicada a Dios, en una oración de adoración y de reparación por el mundo, y dedicada al mismo tiempo a los hombres, en una pobreza y una caridad verdaderas. Tenéis que tener siempre presente que la plena realización de este ideal es difícil, y que reclamará un gran esfuerzo de fe y de desasimiento de vosotros mismos, renovado constantemente y perseguido sin interrupción hasta la muerte. Ya os hablé del espíritu de inmolación, necesario para presentaros delante de Cristo, a fin de ser con Él «rescate de la muchedumbre»; porque me parecía constituir la disposición de alma que daba su razón de ser al estado de vida escogido por nosotros. Ahora tendremos que ocuparnos de la manera de realizarlo.

Todo hombre está presente, entera y naturalmente, en la realidad del mundo visible, en cuyo seno vive y a la que se adhiere con todos sus sentidos. El cristiano, y a título particular el contemplativo, tiene que estar presente además en la realidad invisible. Lo peculiar al hombre de oración es estar presente a todo el universo, el de las cosas visible, al que llega por medio de sus sentidos, y el de las cosas invisibles, al que toca por medio de la fe. RV2Estas últimas deben serle tanto más presentes cuanto que son más reales, en el pleno sentido de la palabra. El cartujo, el carmelita, se separan del mundo visible para poder estrechar mejor la realidad del mundo invisible. Nuestra vocación consiste en estar simultáneamente presentes al uno y al otro: tenemos la misión de vivir en contacto con los seres y con las cosas sensibles, sin que por ello se perturbe nuestra visión del mundo invisible. Llevamos en nuestro interior, con toda nuestra fe, ese contacto vivo con Dios, el Cristo, y con todos los seres espirituales, más verdaderos y más reales que el mundo de los cuerpos. Esta dualidad de vida y de perspectivas es lo que divide al hombre de fe, y es causa de que aparezca, en cierto modo, como un extraño en medio de sus hermanos, los cuales no poseen, en su interior, esa visión de otro universo.

Vosotros habéis experimentado esa sensación y la experimentaréis con agudeza. Viviendo entre los hombres, sean quienes fueren, árabes, cabilas, compañeros de trabajo o simplemente transeúntes, os sentiréis a la par muy cerca y muy lejos de ellos, y esta sensación será, cietos días, lo bastante fuerte para hacerse dolorosa. Será como una sensación de soledad, de incapacidad para comunicar a vuestro hermanos esta visión, y sin embargo, vuestro amor hacia ellos os impulsa a desear qu participen en ella. Por más que os esforcéis no podréis ser nunca exactamente como uno de ellos, siempre existirá en vosotros esa presencia a otra realidad que se transparentará, haciéndoos como un poco misteriosos e incomprensibles a los ojos de aquellos que no creeen.

Cristo, en medio de los hombres, fue así, enteramente presente y misteriosamente ausente a la vez, con una sensación de soledad infinitamente más dolorosa y profunda de lo que vosotros podréis experimentar jamás. María sintió brutalmente el choque de esta lejana ausencia frente a su Hijo de doce años, el día en que se escapó para quedarse en el Templo.

René Voillaume: En el corazón de las masas

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