Preghiera 1Un día una señora me hizo esta pregunta: “En mi familia estamos divididos entre católicos y evangélicos, todos los años celebramos el cumpleaños de nuestros papás, pero lamentablemente cada vez antes del almuerzo nos peleamos porque no somos capaces de decidir pacíficamente si “rezar” (a la católica) o “orar” (a la evangélica). Nuestros pobres papás en vez de tener una fiesta se ven obligados a pasar un mal rato”. Le respondí que en esos casos era preferible evitar la oración, cantar una “happy birthday to you”… y buen provecho. ¡La señora casi se me desmayaba incrédula a lo que escuchaba!

Este es solo un ejemplo, pero es la praxis en varios contextos sociales, y no sucede solamente entre católicos y evangélicos. Pero si la oración lejos de unirnos nos separa se vuelve un escándalo y no alabanza. Hemos aprendido a vivir en un cierto modo, porque así se nos ha enseñado, así lo hemos hecho siempre y tratar de actuar de otra forma nos parece hasta cierto punto imposible e incluso “contra la voluntad de Dios”. A pesar de guardar el máximo respeto hacia la sensibilidad de las personas, considero necesario –por no decir urgente– hacer comprender que algunas formas de pensar y de actuar hoy están fuera del tiempo, corremos el riesgo de parecernos a aquellos soldados japoneses que –por falta de comunicación– seguían combatiendo en la selva aunque si la segunda guerra mundial había terminado desde hacía veinte años.

Claro está que nadie posee una respuesta para todas las preguntas difíciles, y si hablamos de cuestiones religiosas son también delicadas. Pero eso no nos debe impedir el esfuezo de individuar caminos que nos lleven poco a poco a alcanzar soluciones. En 1963 el Papa Juan XXIII escribió la encíclica Pacem in Terris, posiblemente el documento más iluminador de todo el siglo XX, y hablando de la convivencia humana decía: papa-giovanni-XXIII“Porque es sobremanera necesario que en la sociedad contemporánea todos los cristianos sin excepción sean como centellas de luz, vivero de amor y levadura para toda la masa. Efecto que será tanto mayor cuanto más estrecha sea la unión de cada alma con Dios” (n. 164). Pienso que muchos conozcan las enseñanzas del “Papa Roncalli” a propósito de saber distinguir entre el “error” y la “persona que lo profesa”, y sobre todo invitaba a individuar y trabajar por “lo que nos une y no lo que nos separa”. Después de 50 años podríamos empezar a reflexionar.

¡Cuántas cosas tenemos en común! En primer lugar la fe en Jesucristo, que es uno en el misterio de la Trinidad. El único Señor que, pidiendo al Padre por la unidad de sus discípulos, dice: “para que el mundo crea que tú me enviaste… y los amaste como me amaste a mí” (Juan 17,21-22). ¡Para que el mundo crea! Tenemos que aceptar con humildad que en esto todos hemos fallado, tenemos en común los sentimientos negativos y la tentación de excluir a aquellos que no son “de los nuestros”. Seguimos perseverando en la convicción que somos los únicos que poseemos la verdad, que poseemos materialmente la llaves del Reino. Es cierto, las tiene San Pedro y nadie lo duda, pero Jesús muriendo en la cruz le dijo al “buen ladrón”: hoy mismo estarás conmigo en el paraiso. ¿Y las llaves?

Hay personas que se presentan diciendo: “yo soy muy católico, padre”, y dentro de mi pienso: “me gustaría que usted fuera antes un buen cristiano”. Las personas “muy” observantes a menudo corren el riesgo de ser intolerantes, y en casos extremos llegan –seguramente en buena fe– a los extremos del fundamentalismo religioso. En fin, en ciertos casos se podría hipotizar que sea preferible un sano ateismo y no un fundamentalismo religioso. Todo esto porque creemos en lo que ahora sostiene y enseña el Papa Francisco:

“Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amemos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amemos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos” (Evangelii Gaudium, n. 183).

Oswaldo Curuchich jc

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