Ognissanti 1En estos días hemos recordado la conversión de Carlos de Foucauld que occurrió «uno de los últimos días del mes de octubre, entre el 27 y el 30» (en la iglesia de S. Augustin,Paris 1886) como él mismo nos dice en sus Escritos Espirituales. Desde ese día su vida cambió radicalmente, pasando de ser el Visconte Charles de Foucauld al Hermano Carlos de Jesús, pues una vez que había encontrado a Cristo, en el sacramento de la reconciliación, no pudo hacer nada más que «vivir únicamente para Él». Esta memoria puede ser una buena introducción a la solemnidad de Todos los Santos…

«¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta misma solemnidad que celebramos? Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo». Estas palabras de San Bernardo que la Liturgia nos presenta en la solemnidad de Todos los Santos nos recuerdan acerca de la necesidad de dar el justo significado al tema de la Comunión de los santos y conducir esta, y cada celebración litúrgica, a la única fuente: la Pascua. «De la Pascua fluyen, como de su manantial, todos los demás días santos», proclama el anuncio pascual en la solemnidad de la Epifanía, «también en las fiestas de la Virgen María, Madre de Dios, de los apóstoles, de los Santos y en la Conmemoración de todos los fieles difuntos, la Iglesia, peregrina en la tierra, proclama la Pascua de su Señor». Una comunión que consiste en adorar al Santo: los querubines y serafines cantan sin cesar: Santo, Santo, Santo es el Señor. «Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria. A ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles, la multitud admirable de los profetas, el blanco ejército de los mártires» (Te Deum).

Ognissanti 3La Iglesia es santa porque Dios santísimo es su autor. «En la Iglesia se encuentra la plenitud de los medios de salvación. La santidad de la Iglesia es la fuente de la santificación de sus hijos, los cuales, aquí en la tierra, se reconocen todos pecadores, siempre necesitados de conversión y de purificación» (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, N° 165). Por eso todos somos llamados a la santidad, a devenir «conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Ef 2,19); pero el discípulo de Cristo sabe che Él es «el camino y la verdad y la vida» (Jn 14,6), y descubre cada vez en la Liturgia «la fuente y el culmen» de la vida de la Iglesia y de toda santidad. San Juan Crisóstomo, en una de sus homilías, invitaba a los creyentes a considerar «¡con quién elevas aquel místico cántico, con quién fórmulas el himno tres veces santo! Mostra a los profanos que has celebrado los sagrados misterios con los serafines, formas parte del pueblo celeste, estás inscrito en el coro de los ángeles, te has entretenido con el Señor, te has encontrado con Cristo». Si esta será nuestra actituda no necesitaremos tantas palabras ni discursos porque hablará nuestra vida: «Porque si la belleza del cuerpo físico ejerce una potente atractiva en quien la admira, la belleza del alma puede impactar mucho más a un espectador e incitarlo a un celo similar».

«Veneremos a los santos –nos exhorta el beato Carlos de Foucauld–, pero no nos detengamos en contemplarlos, contemplemos con ellos a Aquel que contemplaron durante su vida, aprendamos sus ejemplos, pero sin distraernos adoptando como modelo completo este o aquel santo, e imitando de cada uno lo que nos parece ser más conforme a las palabras y a los ejemplos de Nuestro Señor Jesús, nuestro único y verdadero modelo, sirviéndonos así de sus lecciones, no para imitarlos, sino para mejor imitar a Jesús». La santidad cristiana se nos presenta, entonces, como una participación a la vida de Dios, que se realiza con los medios que la Iglesia non ofrece, en particular con los sacramentos, dentro de los cuales resalta la Eucaristía como celebración del misterio, es decir actualización de la Pascua. La santidad no es el resultado del esfuerzo humano que busca alcanzar a Dios con sus propias fuerzas; la santidad es don del amor de Dios y respuesta de la persona a la iniciativa divina. «Un cristiano que vive el Evangelio es la novedad de Dios en la Iglesia y en el mundo» (Papa Francisco).

Oswaldo Curuchich jc

Saint-Augustin