Misericordia 1Me ha dado siempre una impresión negativa observar que durante la celebración de la misa muchos cristianos (en Italia en modo particular), incluso algunos entre aquellos que considermos “practicantes”, al momento de hacer la comunión permanecen en su propio lugar y salen de la celebración sin haber recibido el cuerpo y la sangre de Cristo. En un par de ocasiones, hablando con mis hermanos de la Comunidad, he tocado el tema diciendo que personalmente considero esa actitud una verdadera contradicción. Nadie, de hecho, comprendería a una persona que, aceptando una invitación al restaurante, al último momento decide no ordenar nada; otro ejemplo podría ser el caso de aquel que toma un día libre para ir a la playa con todo lo necesario, pero luego decide quedarse vestido y se regresa sin haber nadado… Es fácil imaginar que este tipo de ideas no sean muy apreciadas e incluso alguien, defendiéndose, me dijo: «¡Aquí no estamos en América Latina!».

Estoy consciente de tocar un tema delicado porque se trata también de la doctrina y de la disciplina de la Iglesia Católica. Pero nada nos impide reflexionar, compartir y rezar. Sabemos en primer lugar que la Eucaristía es un don, el don de amor que Jesús nos dejó y nos mandó «hagan esto en conmemoración mía»… Misericordia 4Personalmente he recibido mucha iluminación pensando e imaginando el momento de la última cena: Jesús que parte el pan y dice «esto es mi cuerpo» y lo da… también a Judas Iscariote que, según el evangelio de Juan, «el demonio había ya inspirado» (13,2). Aun sin considerar la interpretación teológica podemos decir que, aquel que era «uno de los Doce» y que había escuchado al Maestro decir «ya no los llamo siervos, sino amigos», guardaba ya en su corazón sentimientos malvados al momento de hacer la comunión. Hoy hablamos de “asesinato premeditado”. En Judas está representado todo ser humano, incluso el peor pecador. «No llames a juicio a tu servidor, porque ningún ser viviente es justo en tu presencia» (salmo 143).

Antes de continuar es necesario aclarar que no se trata de disminuir el significado de la Eucaristía y mucho menos de una invitación a «hacer la comunión a buen precio». Pero también es cierto que por mucho tiempo la doctrina de la Iglesia –sobre todo en Occidente– al momento de hablar de la salvación del hombre por medio de Jesucristo se concentró particularmente sobre el tema del pecado: «Cristo murió por nuestros pecados». En cambio en Oriente se habló sobre todo del tema de la «divinización del hombre en Cristo». El pecado real es siempre un peso para la conciencia, todos lo sabemos, pero la idea del pecado ha pesado aun más hasta hacernos sentir «indignos de hacer la comunión». Además, posiblemente por temor que la comunión se transforme en causa de perdición y no de salvación nuestra conciencia nos obliga a no comprometernos y a observar desde lejos.

Misericordia 3En en el documento «Bula de Convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, Misericordiae Vultus», el Papa Francisco probablemente toca la cima de su magisterio cuando dice: «Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra» (n. 1). A todos aquellos que se han alejado de la Iglesia, por causa del pecado, o porque simplemente viven el propio bautismo con una cierta indiferencia, Francisco lanza esta invitación: «¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón. Ante el mal cometido, incluso crímenes graves, es el momento de escuchar el llanto de todas las personas inocentes depredadas de los bienes, la dignidad, los afectos, la vida misma. Permanecer en el camino del mal es sólo fuente de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto. Dios no se cansa de tender la mano» (19).

El Papa dice que «la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia». Y espera que toda su acción pastoral debería estar revestida por la ternura con la que se dirige a los creyentes: «La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo» (10). Francisco habla del sacramento del perdón y se dirige particularmente a los ministros del perdón, pero afirma en modo sorprendente que toda la Iglesia está llamada a vivir el tiempo de la misericordia: «La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia» (12).

En conclusión: quienes, por gracia de Dios, celebramos plenamente el sacramento de la Eucaristía podemos sólo cantar con el Hermano Carlos de Jesús: «¡Dios mío, cómo eres bueno, canteró sin cesar tu misericordia!». No, no somos mejores que los demás, solamente que nos sentimos amados de parte de Dios, mirados con ojos de misericordia, y nos esforzamos porque nuestra vida cristiana sea en primer lugar una respuesta de amor.

Oswaldo Curuchich jc

 

Misericordia 5