TOM E EMILY FOTOLa primera fraternidad del Padre de Foucauld aquí en Nazaret fue fundada por la hermana Magdeleine de Jesús (fundadora de las Hermanitas) en 1949. Cuando en 1996 las venimos a sustituir, además de la casa, la capilla de Carlos de Foucauld y el jardín, recibimos como «herencia» a un amigo que desde hacía muchos años llegaba a la fraternidad para realizar cualquier tipo de trabajo manual… Pero se trata de una historia increíble.

El «pequeño detalle» es que Sobjé –como se llamaba nuestro jardinero– era un árabe nativo de Nazaret, un auténtico y buen musulmán que sabía trabajar y sobre todo sabía amar a las personas, incluyendo a nosotros los cristianos. Lo conocí personalmente en mi primer viaje a Tierra Santa en 1997. Él tenía una linda familia, y se sentía particularmente orgulloso por uno de sus hijos que se había marchado hacia Europa y allá había formado su propio hogar. Pero los familiares de Sobjé normalmente no llegaban a visitar nuestra casa. Las virtudes, que no eran pocas, de nuestro jardinero seguramente nacían de su gran corazón enriquecido por un auténtico y santo temor de Dios, el Clemente y el Misericordioso como lo contempla y enseña el Islam.

SAM_6787Me faltaría el espacio si quisiera narrar ahora las varias anécdotas (fioretti en italiano suena mejor) de Sobjé, sobre todo el aprecio que tenía de los hermanos, se sentía muy apegado especialmente a Alvaro, pues a menudo trabajaban juntos y tenían casi la misma edad. En una ocasión, tras la insistencia de los hermanos de querer en alguna forma «recompensarlo» por su trabajo, siempre gratuito y constante, después de haber reflexionado pidió que le llevaran de Italia un overol azul para trabajar mejor, ¡era todo! Estaba feliz y le gustaba decir que era el regalo de parte de los hermanos, lo consideraba casi como un «hábito religioso». Un día fue nuestro huésped un hermanito de Jesús que amaba la pintura y, como todo buen artista, no se perdió la ocasión de pintarle un retrato.

Cuando Sobjé se marchó hacia el Paraíso –«yo estoy convencido que Dios nos acogerá a todos en su reino si lo meritaremos», decía el Padre de Foucauld– todo dejaba entender que la historia había llegado a su fin, como de hecho sucedió. Muy de vez en cuando su esposa pasaba para saludar velozmente –recuerdo a mis amigos lectores que vivimos en un contexto musulmán– y nada más. Pero este fin de semana, como sucede sólo en los romances o en las películas, tuvimos una agradable sorpresa: tocaron a la puerta, y al abrir nos encontramos ante una pareja de novios que habían apenas celebrado su boda y los estaban SAM_6800acompañando sus familiares y amigos más íntimos. ¿Alguien puede adivinar? La novia era nada más y nada menos que la nieta de nuestro ex jardinero y amigo Sobjé, ¡la hija del hijo que vive desde hace tiempos en Inglaterra!

Si señores, han venido –entre ello algunos musulmanes de Nazaret, algo que sucede ordinariamente, sobe todo en estos tiempos– para celebrar la memoria del abuelo, para los más pequeños se trataba del bisabuelo; vinieron para decirnos que todos sabían cuánto el Abuelo se sentía apegado a este lugar, a las hermanitas y a los hermanitos que había conocido. Y finalmente para venir a ver el cuadro que tenemos en nuestra sala principal, así como el artista lo había «inmortalizado» en un día cualquiera.

Por motivos que conocemos (y que muchos pueden comprender) es mejor no narrar los detalles de la visita que para nosotros fue un evento, pero consideramos importante compartir esta pequeña historia que encierra un significado mucho más grande. Mientras yo mismo veía con cual interés nuestros visitantes escuchaban cada cosa, me recordé de una escena del film Nativity que hace ver a un pastor anciano mientras contempla el cielo estrellado, exactamente como lo había hecho quien sabe cuantas veces, y de repente se convierte en uno de los pocos testigos del evento que cambió la historia de la humanidad: el nacimiento de Jesús, el Príncipe de la paz.

Ojalá estos pequeños signos nos ayuden a seguir confiando y esperando en un mundo mejor, ¡si tan solo tuviéramos la fe como un grano de mostaza! En este momento delicado de nuestra historia todos tenemos necesidad de creer y de realizar pequeños actos. Una idea para terminar: ¡podemos imaginar la alegría de Sobjé al ver a sus hijos visitar el lugar que él amó profundamente! Su presencia gratuita y silenciosa produjo sus frutos, seguramente cuando ya nadie los esperaba.

fratel Oswaldo Curuchich