2012-11-27 20:09:48https://www.jesuscaritas.it/wordpress/es/?p=603

Mientras nos preparamos a iniciar el nuevo año litúrgico con el primer domingo de Adviento, tenemos también la dicha de celebrar el 1° de diciembre la memoria litúrgica del Beato Carlos de Foucauld (el Hermano Carlos de Jesús).

En el contexto del «Año de la fe», seguramente sus meditaciones pueden ser una ayuda concreta para todos aquellos que aman las fórmulas sencillas, pero al mismo tiempo llenas de profunda fe y amor inmenso hacia la persona del «Bienamado hermano y Señor Jesús». Esta meditación forma parte de los escritos de Nazareth, incluso es una de las primeras que escribió durante un retiro del 5 al 15 de noviembre de 1897. Carlos de Foucauld vivía entonces en una pequeña cabaña de planchas, especie de garita cubierta de tejas, adosada al muro de clausura de las monjas clarisas, y en donde se encerraban los útiles del jardinero. Durante su retiro, de Foucauld meditaba, sea en esta celda, sea en la capilla del convento, especialmente delante del Santo Sacramento expuesto. De ahí las alusiones, tanto al silencio del campo, tanto a la presencia de Nuestro Señor en la Hostia.

Dios es el ser infinitamente amado, debemos amarle desde lo más profundo de nuestra alma, y, por consiguiente, mirarle sin cesar, tenerle constantemente presente y hacer todo lo que hagamos por Él, como cuando se ama se hace todo por el Ser amado…

La fe es lo que nos hace creer, desde lo profundo del alma, todos los dogmas de la religión, todas las verdades que la religión nos enseña, el contenido de la Santa Escritura, y todas las enseñanzas del Evangelio; en fin, todo lo que nos es propuesto por la Iglesia… El justo vive verdaderamente de esta fe, pues ella reemplaza para él a la mayor parte de los sentidos de la naturaleza; transforma de tal manera todas las cosas, que difícilmente aquellos pueden servir al alma, que no recibe por ellos más que engañadoras apariencias, la fe le muestra las realidades.

La vista le hace ver a un pobre, la fe le muestra a Jesús; el oído le hace escuchar injurias y persecuciones, la fe le canta: “regocíjate de gozo”. El tacto nos hace sentir las pedradas, la fe nos dice: “¡Tened una gran alegría, por haber sido juzgados dignos de sufrir cualquier cosa por el nombre de Cristo!”. El paladar nos hace gustar un poco de pan sin levadura, la fe nos muestra a Jesús Salvador, Hombre y Dios, cuerpo y alma. El olfato nos hace sentir el olor del incienso, la fe nos dice que el verdadero incienso “son los ayunos de los santos”… Los sentidos nos seducen por medio de las bellezas creadas, la fe piensa en la Belleza increada y tiene piedad de todas las criaturas que son como una nada y polvo al lado de esta Belleza divina… Los sentidos tienen horror del dolor, la fe lo bendice como la corona de desposorios que le une a su Bieamado… Los sentidos se rebelan contra la injuria, la fe la bendice: “bendecid a aquellos que os maldicen”; la encuentra merecida, pues piensa en sus pecados; la encuentra suave, pues esto es participar de la misma suerte que Jesús. Los sentidos son curiosos; la fe no quere conocer nada; tiene sed de sepultarse y quisiera pasar toda su vida al pie del Tabernáculo. […]

Así, pues, la fe ilumina toda la realidad de una nueva luz, diferente de la de los sentidos, más brillante y diferente… Así, aquel que vive de la fe tiene el alma llena de ideas nuevas, de nuevos gustos y juicios; éstos son horizontes maravillosos, iluminados por una luz celestial y hermosa de la Belleza divina… Envuelto de esas verdades enteramente nuevas, de las que el mundo no duda, comienza necesariamente una nueva vida, opuesta al mundo, al que estos actos parecen una locura… El mundo está en tinieblas, en una noche profunda; el hombre de fe vive en plena luz…

C. Oswaldo Curuchich

 

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