2013-05-17 18:15:53https://www.jesuscaritas.it/wordpress/es/?p=709

Continuando con las noticias desde Francia, quisiera compartir un acontecimiento muy interesante que he vivido para la fiesta de la Ascención. Lo monjes de la Fraternidad Monástica de Jesursalén habían programado un peregrinaje europeo desde Estrasburgo hasta el Monte Saint-Michel pasando por Lisieux, la ciudad de Santa Teresita del Niño Jesús. ¡No me fue difícil aceptar la invitación!



El grupo estaba formado por 150 (la mayoría jóvenes) personas provenientes de Alemania, Suiza, Polonia, Italia y obviamente Francia, es decir algunos de los países en donde está presente la Fraternitdad de Jerusalén. Al principio la comunicación era un poco difícil por los diferentes idiomas, pero poco a poco la confianza y la alegría subentraron a la desconfianza o a la timidez. Es muy bonito compartir con personas completamente desconocidas que de un momento a otro se convierten en amigos gracias al punto en común que es la fe en el Señor resucitado. La iniciativa fue por motivo del Año de la fe, es por eso que el himno escrito para la ocasión “Aumenta Señor nuestra fe…” nos acompañó durante todo el recorrido.

Si la visita y la celebración eucarística en Lisieux habían ya preparado interiormente a todos, pues el mensaje de santa Teresita es muy fuerte y provocatorio en cuanto invita a entregarse completamente a Dios desde la juventud, llegando al Monte Saint-Michel fue simplemente un evento extraordinario y probablemente único para la mayoría de nosotros. El Monte se encuentra en la región de Baja Normandía. Situado sobre una roca en una isla, debe su nombre a la abadía consagrada al culto del Arcángel. La architectura prodigiosa del monte Saint-Michel y su bahía lo hacen el sitio más concurrido de la región y uno de los primeros de Francia, con más de tres millones de visitantes cada año. Una estatua de san Miguel Arcángel colocada en la cumbre de la iglesia abacial se erige a 170 metros por encima de la orilla. Declarado monumento histórico en 1862, el Monte figura desde 1979 en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.

La última etapa consistía en atraversar la bahía, a pies descalzos, por casi cinco kilómetros. Una mezcla de arena, lodo, agua, frío y oración convirtieron el paso en un auténtico “éxodo”, un camino penitencial, pero al mismo tiempo un caminar gozoso y lleno de esperanza. Además nos hacía recordar que el pleno significado de la peregrinación es la convicción de tener una meta por alcanzar, ¡una meta aun más anhelada por causa del frío! Pero el frío y el cansancio desaparecen apenas se contempla el paisaje desde lo alto del Monte. La vigilia en la magnífica abadía habitada por los monjes y monjas (de Jerursalén) vestidos de blanco hacían pensar en algunos momentos que hubiésemos ya alcanzado la ciudad de Dios, la nueva Jerusalén.

En el punto más alto está San Miguel Arcángel con la espada desenvainada, símbolo de la victoria de Dios sobre las fuezas del mal. Haber llegado ahí en estos días ha sido un poco como coronar el tiempo pascual. De hecho, durante este periodo la liturgia nos ha ayudado a revivir la victoria de Cristo sobre la muerte, evento central de nuestra fe y fundamento de la vida de la Iglesia. Los evangelios nos presentan la vida de Jesús como un continuo combate contra las fuerzas del mal, y a pesar de que la victoria haya ya iniciado (curaciones, conversiones, fraternidad) con su vida y con su muerte en cruz, la vida concreta hoy nos hace ver frecuentemente la victoria del mal, el mal parece tener derecho a pronunciar la última palabra, la historia nos hace ver lo absurdo y la contradicción de muchos acontecimientos. Pero nuestra fe está fundada sobre la palabra del mismo Jesús resucitado que dice a sus discípulos: “Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

Hasta el final de los tiempos la escena de este mundo continua y la Iglesia, cuerpo de Cristo, vive hoy el mismo combate contra el poder del mal (guerras, injusticias, pecado)… La abadía de Mont Saint-Michel está construida sobre la roca y ha resistido a los siglos, a la fuerza del viento y a la furia del mar. Si nuestra vida está fundada sobre Cristo, nuestra pascua y nuestra paz, la última palabra será siempre un ¡Aleluya pascual!

Oswaldo Curuchich

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