¡Ser uno de los Doce apóstoles no fue una cosa sencilla! Jesús nos había llamado para ser «padres de la fe» del nuevo pueblo, de la Iglesia. De hecho San Marcos en su evangelio dice de nosotros: «nombró a doce, a quienes llamó apóstoles, para que convivieran con Él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14). Jesús nos nombró, el texto griego dice hizo, nos plasmó como Jahvé habia plasmado a Adán y Eva. La razón principal por la que nos llamó era esa de «convivir con él».
La segunda era la de «predicar». Jesús pasaba mucho tiempo con nosotros y quizo que también nosotros «perdiéramos» nuestro tiempo con Él. No nos llamó porque habíamos ganado una selección o porque eramos los más inteligentes y tampoco porque llenábamos los requisitos, sino «llamó a los que quizo» (Mc 3,13). Alguno podría pensar: «si estos son tus amigos, los que tú has escogido, Señor, cómo serán tus enemigos!». De hecho en la lista que Marcos recuerda pone en evidencia algunos de nuestros defectos, es suficiente pensar a eso que dice de Judas: «el que incluso lo traicionó» (Mc 3,19). Como se dan cuenta, no estuvimos a la altura de la situación.
Nuestra aventura fue esa de la fe, como lo había sido para Abraham, para Isaac, para Jacob… y como ellos no hemos faltado de tener miedo, el miedo que es la verdadera enemiga de la fe. La fe es el corazón de todo. Las últimas palabras que Jesús me dijo son como un puente en tre mi fe y la de ustedes: «Porque me has visto has creído; felices los que crean sin haber visto» (Jn 19,20). Parece fácil, pero no lo es. Como fue difícil para Moisés confiar en el Señor estando delante del Mar Rojo y teniendo a los enemigos (Faraón y su ejército) a las espaldas, así también para nosotros no ha sido fácil creer que Jesús era el Mesías, sobre todo delante a la idea de su muerte en la cruz. El riesgo que corría Jesús lo corríamos también nosotros.
Para que se hagan una idea del miedo que teníamos les recuerdo lo que le dije al Maestro durante la cena de aquella noche particular en la que afirmaba que él tenía que irse: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino?» (Jn 14,5). Esa noche estábamos llenos de miedo, la fe la habíamos dejado en otra parte, tanto que Jesús trataba de consolarnos: «No se inquieten. Crean en Dios y crean en mí» (Jn 14,1). Sólo teníamos que confiar, pero esa noche no fue fácil, era un clima triste de despedida, Jesús mismo estaba estremecido cuando anunció que uno de nosotros lo habría traicionado (Jn 13,21). Es difícil creer en el momento de la prueba; pero una vez que uno ha encontrado a Jesús y ha experimentado su misericordia, no puede vivir que por Él y para Él sólo. Ustedes, ¿qué piensan de todo esto?
Mis últimas palabras que recuerda Juan me han costado el título de incrédulo: «Si no veo en sus manos la marca de los clavos, si no meto el dedo en el lugar de los clavos, y la mano por su costado, no creeré» (Jn 20,25). De otra parte no puedo negar que Jesús mismo me llamó en este modo (Jn 20,27). Es cierto, no he confiado en los otros apóstoles que lo habían visto, pero ¿qué podía yo hacer? Nos había llamado para estar con él y yo no podía permitirme de no ver lo más importante: ¡el Maestro resuscitado! Si no lo hubiera visto yo no habría podido ser llamado apóstol. Este título se traduce en el ser testimonio del Resuscitado. En fin de cuentas, estaba reclamando un «derecho» de apóstol que Jesús no me ha negado. Para tener el valor de ofrecer mi vida, para estar listo para el martirio tenía que verlo y tocarlo. ¿No creen?
No piensen que les escriba para presentar mis pretextos. Quería solo compartirles que nuestra experiencia de fe no fue fácil aunque si especial y única. Nuestra experiencia fue marcada por el temor y la desconfianza, tal vez como la que ustedes viven hoy. Ánimo, sean perseverantes con la seguridad que el Señor resuscitado vive para siempre y no dejen de ver hacia arriba: sueñen, esperen porque sus promesas se realizarán. Jesús nos enseña que la vida es más fuerte que la muerte y que con Él vencemos nuestros temores.
Muchos han dado la vida por el nombre de Jesús. Una multitud díficil de contar. Y aun hoy hay personas dispuestas a dar la propria vida por defender la fe, a otrass no les queda otra salida que abrazar el martirio porque han creído sin haber visto. ¡Ánimo Él ha ya vencido al mundo!
Gabriele Faraghini jc