Charles santi

Iniciando a vivir la «Semana de oración por la unidad de los Cristianos» podría sernos de ayuda reflexionar sobre cuanto Charles de Foucauld, en la oración y con su vida, ha dejado como testimonio de su fe profunda en el misterio de la Salvación en Cristo. Charles, apenas convertido, fue tocado por el misterio de la Encarnación: Jesús = «Dios Salva» vino sobre la tierra para la salvación de todos los hombres. Aunque permanecía fiel a su primera vocación, la de monje, pero pasando a través de las diferente etapas de su itinerario, él desarrolló una intensa obra de evangelización: anunciar a Jesús a los otros.

En los Escritos espirituales del Padre de Foucauld encontramos el tema referente a la salvación de toda la humanidad en Jesucristo por medio de la Iglesia. Por ejemplo este texto que remonta al período de Nazaret:

Unità 3«“Que sean todos una sola cosa, como Tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti; que sean también ellos una sola cosa en nosotros” (Jn 17,22). Nosotros, comenta Charles, debemos amar a todos los hombres en vistas a Dios hasta formar una sola cosa con ellos, sobre todo porque Dios lo manda y nos da el ejemplo de un amor ardiente hacia ellos, y luego por diversos motivos importantes aún dados por el amor debido a Dios, pero sobre todo, sobre todo, y este último motivo lo hace bastante fácil y bastante dulce, este amor apasionado, este amor que llega hasta la unificación de todos los hombres en miras a Dios, sobre todo, sobre todo porque todos los hombres son, por un título o por otro, miembros de Jesús, materia próxima o remota de su cuerpo Místico y porque, en consecuencia, amándoles, formando una sola cosa con ellos, viviendo en ellos con nuestro amor, nosotros amamos algo de Jesús, formamos una sola cosa con una parte de Jesús, vivimos con nuestro amor en los miembros de Jesús, en el cuerpo de Jesús, en Jesús».

Después de algunos años de asentamiento en el desierto de Sahara, entre los Tuareg, el hermano Charles se convence de la casi imposibilidad de la conversión de sus amigos; pero todavía no renuncia a pensar en su salvación.

«No estoy aquí para convertirlos de la noche a la mañana –dice en 1908 al médico militar Dautheville–, sino para buscar de entenderlos y ayudarlos, aprendo su lengua, los estudio para que después de mí otros sacerdotes continúen mi labor, los dirijo a la Iglesia, y la Iglesia tiene tiempo, ella dura, yo al contrario paso y no cuento nada. Y luego, deseo che los Tuareg tengan su lugar en el Paraíso». Acerca de los tiempos de la Iglesia, Charles no tenía duda: «Yo estoy seguro que el buen Dios acogerá en el cielo a aquellos que han sido buenos y honestos, sin necesidad que sean católicos romanos. Usted es protestante, Tessère es incrédulo, los Tuareg son musulmanes; yo estoy persuadido que Dios nos recibirá a todos, si lo merecemos, y busco de ayudar a los Tuareg para que merezcan el Paraíso».

En la frase apenas citada emerge la intuición profética, escrita y sobre todo vivida, sobre la misión universal de la Iglesia: «Dios quiere que todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4). Pero las palabras de ánimo vienen ahora del misionero Charles que anuncia el «Evangelio de la Cruz», habiendo sido crucificado con Cristo (cf Gal 2,20): Unità 4«A nosotros como a ellos, Jesús dice bendiciéndonos: “Vayan a predicar el Evangelio a toda criatura”; también nosotros podemos todo en Aquel que nos fortifica. Él ha vencido el mundo; como Él, nosotros tendremos siempre la cruz; como Él, seremos siempre realmente triunfadores, y eso en la medida de nuestra fidelidad a la gracia, en la medida en que lo dejamos vivir en nosotros y actuar en nosotros y a través de nosotros. […] Volvamos al Evangelio; si no vivimos el Evangelio, Jesús no vive en nosotros, volvamos a la pobreza, a la simplicidad cristiana».

El Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Constitución dogmática Lumen Gentium, ha reafirmado que la Iglesia es «sacramento de salvación», o sea, el signo y el instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano (cf. n 1), es decir, medio para servir y llevar el Reino de Dios sobre la tierra. La Iglesia no es el fin, sino un medio, porque ella anticipa hoy el Reino de Dios que, en forma inicial, está ya presente también fuera de la Iglesia misma. Parafraseando las palabras elocuentes del hermano Charles, «Quiero que todos: cristianos, hebreos, musulmanes e idólatras me consideren su hermano, el hermano universal»; y «los habitantes comienzan a llamar mi casa la “Fraternidad”, y esto me es agradable»… Con una mirada de fe, podremos pensar en la Iglesia que se dice a sí misma: Quiero que todos: cristianos, hebreos, musulmanes, hindúes, budistas, no creyentes, etc., me consideren su Hermana… comienzan a llamarme la Fraternidad, la “casa”, y esto me es agradable.

Pueda el mensaje del beato Charles de Foucauld iluminar el camino de la Iglesia hacia la Unidad que el mismo Cristo ha definido el signo de reconocimiento para todos sus discípulos y por qué no, a todo el diálogo interreligioso.

Oswaldo Curuchich jc (traducción: Marcos Magtzul)

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