DSC_0085Después de un mes de guerra violenta en la franja de Gaza, finalmente se ha llegado a un cese el fuego de parte de ambas partes, ojalá haya llegado el momento para volver a las negociaciones.

Mientras la guerra continuaba a la vista de todos, era impresionante el silencio casi total de parte del mundo «que vale» y que dice estar en paz. Pero, ya se sabe, nos acostumbramos a todo. Países como Siria o Egipto han desaparecido de los títulos de los periódicos, no porque los problemas hayan sido solucionados, obviamente, sino sólo porque sus tragedias ya no son considerados una noticia.

Mientras en el occidente muy poco se conoce acerca de lo que está sucediendo en Irak y en Siria o, si se prefiere, en el nuevo Califato de Abu Bakr al-Baghdadi que se auto proclamó, el pasado mes de julio, califa del Estado Islámico de Irak y de la Gran Siria. Califa viene del verbo khalafa que significa «suceder». El califa es, por eso, el «sucesor» del Profeta Mahoma. Los califas se han sucedido, a través de guerras y homicidios, en el transcurso de los siglos hasta la caída del Imperio turco otomano en 1923. Desde entonces el título de «Califa» ha quedado vacante.

Al-Baghdadi no nace de la nada como fuese un hongo, sino trae sus orígenes de un movimiento político Yijadista (relativo al concepto de «guerra santa») extremista que usa métodos que incluso el movimiento muy conocido, al-Qaeda, considera excesivos.

DSC_0176Esta rama fundamentalista de musulmanes suníes, tiene como objetivo hacer renacer el imperio árabe que tiene como ley la Sharía en su aplicación más extrema y ha iniciado a difundirse allí mismo en Irak, el país «salvado» de la dictadura por obra de los democratísimos Estados Unidos de América.

En Irak, como en Siria, la situación de los cristianos, después de la caída de los dictadores (…al-Assad aun resiste) ha degenerado dramáticamente. El tiempo de las persecuciones volvió y una ola de nuevos mártires está atraversando el mar del cristianismo.
De frente a la imposición de la nueva realidad, los cristianos tienen tres opciones: el pago de una tasa elevada para poder permanecer en su tierra natal, la conversión al Islam y el martirio. A quien quiera evitar estas tres opciones no le queda más que huir, abandonando la propia casa, sin pertenencias ni documentos, llevando consigo como única propiedad la ropa puesta. Son muchísimos nuestros hermanos en la fe que han tenido que abandonar su patria dirigiéndose hacia el norte, con la esperanza de encontrar un refugio ante la furia homicida del nuevo estado. Abundan las imágenes y videos que nos informan acerca de la crucifixión, ejecuciones colectivas, cadáveres expuestos como trofeos…

Las Hermanitas de Jesús (del Padre de Foucauld) que vivían en la famosa ciudad de Mosul, forman parte de esa caravana de desdichados que ahora viven como vagabundos, sin recursos, tratando de creer todavía en un futuro posible. Y de la Hermanitas no tenemos noticias.

DSC_0123Y todo esto sucede en una región del mundo donde el cristianismo tiene raíces desde la antigüedad y donde los cristianos han tenido un rollo fundamental de integración entre las culturas, constituyendo así una parte esencial de una sociedad permanentemente en transformación.

Todo está sucediendo con la completa indiferencia del mundo occidental que parece como hipnotizado por una ideología en la que la historia, la cultura, la religión y sobre todo el cristianismo con sus valores ya no trovan espacio.

El triste testimonio de una anciana, amiga nuestra, es elocuente: «a nadie le interesa de nosotros: a los árabes porque no somos musulmanes, a los judíos porque somos árabes, a los cristianos en occidente porque somos orientales».

En campo eclesial la pregunta se transforma como en una tremenda herida: ¿cómo podemos decirnos hermanos del Señor, Pueblo de Dios, Iglesia de Cristo si no nos interesa la suerte de muchos, muchísimos, hermanos nuestros? ¿Dónde está la voz coral y unánime que sale de la Iglesia para despertar a las conciencias?

Mi impresión es que estemos viviendo en la hora del Getsemaní, pero únicamente en la parte del «sueño de los discípulos». Somos incapaces de vigilar y de ser centinelas que escudriñar el horizonte para ver lo que sucede, anunciando el bien y denunciando el mal.

Marco Cosini jc