Romero martirEl pasado 28 de diciembre el Patriarca de la Iglesia Católica Armenia, Karekin II, en su carta encíclica, denunció el “genocidio contra el pueblo armenio” realizado por los turcos del imperio Otomano a partir del 1894 y tocando el fondo de la violencia entre el 1915 y 1916. Inicia con este caso la tremenda lista de genocidios y delitos contra la humanidad que ensangrentaron nuestro planeta durante todo el siglo XX. Actualmente, el reconocimiento oficial del martirio de Mons. Oscar Romero, después de un largo y delicado proceso, nos obliga a reflexionar sobre algunos temas que tocan la conciencia cristiana y no solo.

A propósito del genocidio de los armenios contamos también con el testimonio personal del hermano Marie-Alberic (hoy el Beato Carlos de Foucauld) que vivía entonces en el monasterio de Akbés (Siria): “Ha habido en toda Armenia, y también muy cerca de aquí, tremendos masacres; pero creo que nosotros realmente nunca estuvimos en peligro. Siendo europeos pasamos tranquilamente en medio de la tempestad, pero para los armenios fue terrible… Se habla de cienmil víctimas asesinadas tranquilamente, ejecuciones, ciudades y pueblos incendiados: los sobrevivientes son más desafortunados que los muertos, porque para ellos todo es miseria y despojo de todo; no tienen como defenderse, no hay dónde refugiarse y protegerse de este tremendo frío; no hay víveres, ningún tipo de medios, enemigos por todas partes, y nadie que ayude a esta pobre gente… Todo esto es muy doloroso” (carta a Marie de Bondy, 19-02-1896).

-El hecho de la desaparición de la mitad y tal vez de dos tercios de la población armenia ha sido completamente retirado de parte del gobierno turco (de las escuelas y todas las instituciones) que aun hoy se opone a cualquier tipo de reconocimiento oficial de un acontecimiento que es parte constitutiva para la autocomprensión de los armenios como pueblo y como nación. Pero el próximo 23 de abril el Patriarca Karkin II reconocerá oficialmente como mártires a todas las víctimas y el 24 de abril será proclamada la jornada de la memoria… Querer ocultar, o incluso negar, un genocidio no sucede solo en Turquía sino casi en todos los paises que han vivido esas cosas. Es exactamente lo que está sucediendo en los países centroamericanos: El Salvador (de Oscar Romero) y Guatemala (de Juan Gerardi). Sabemos muy bien cómo en estos últimos años ha habido un plan escandaloso y homicida “desde lo alto” para hacer callar todo y negar el genocidio de las poblaciones indígenas durante la década de los 80s. Y todo par evitar que el ex dictador Rios Montt y quienes como él o con él paguen las consecuencias de sus propios actos.

A menudo, por estos lugares, nos da la impresión que sea muy fácil hablar de la “barbarie” de las poblaciones, que viven lejos de nosotros, que reconocer las propias culpas, las del pasado y las del presente. Pero no podemos olvidar que el siglo XX es “hijo” del Iluminismo, es decir el movimiento intelectual que abarcó todos las areas de la cultura europea y que exaltó a la razón poniendo al hombre al centro de sus reflexiones. In esa visión del mundo (o cosmología como prefieren algunos) el progreso de la historia coincidía con la liberación de todos los mitos del pasado y sobre todo de la religión, es decir liberarse de Dios. Las lineas que siguen son del profesor Clemente Sparaco que nos ayudan a profundizar nuestro tema: “En Europa, el continente de la razón y de la civilización, lo irracional triunfó y la cultura perdió. En Auschwitz (campo de exterminio creado por los Nazi) murieron la confianza y la auto exaltación del hombre, la fe en el progreso y en la historia. Por otro lado, el genocidio de los Judíos no puede ser interpretado como un puro y simple retorno de la barbarie al centro de una Europa que había alcanzado altos niveles de fineza cultural. La barbarie que retorna lo hace, de hecho, en las formas y en los modelos de la ciencia y de la técnica. El exterminio de los Judíos no ha sido fruto de una violencia ciega e impulsiva, sino fue calculado científicamente y experimentado con atención y lucidez.

oscar-romeroVolviendo al caso Romero, del que mucho se ha hablado y escrito, aunque no se ha dicho todo estando aun en vida varios de los protagonistas del conflicto cruento de los años 70-80s. Muchos se preguntan –y también lo hacía quien escribe– acerca del motivo o las causas que impedían el reconocimiento del martirio del Arzobispo de San Salvador asesinado mientras celebraba la Eucaristía. Creo haber obtenido una buena respuesta de parte del autor italiano Alberto Vitali que en su libro “Oscar Romero. Pastore di agnelli e lupi” (Pastor de ovejas y lobos) presenta ese tema complejo y delicado, más o menos en estos términos: cuando quienes persiguen a los cristianos son los “enemigos de la fe”, normalmente miembros de otras religiones, o personas que se inspiran a ideologías ateas, la Iglesia no duda un solo momento en declarar mártires de Cristo a sus propios miembros; pero cuando quien pronuncia la sentencia de muerte de un cristiano, de un obispo como Oscar Romero –y como Juan Gerardi– son los mismos que ocupan la primera fila durante las celebraciones de la Eucaristía o para el canto del Te Deum, las cosas se complican…y no poco. A este problema se refería también el gesuita y teólogo della liberación Jon Sobrino, sobreviviente del masacre de los Gesuitas de la UCA, cuando afirmaba que habría sido ridículo para algunas personas, hoy constituidas en autoridad, tener que ocupar las primeras filas, posiblemente en la basílica de San Pedro, y aplaudir a la beatificación de Aquel que durante su vida habían odiado y después eliminado físicamente.

El tema es amplio y las preguntas sobran, pero una cosa es cierta: el hombre alejándose de Dios ha perdido el sentido, no reconoce ya a la persona y tampoco que la vida es sagrada. Sea que hablemos de los Armenios, de los Judíos, de los pueblos latinoamericanos y africanos, y hoy de aquellos que viven en el Medio Oriente, nada sucede “en nombre de Dios”, sino al contrario todo puede suceder cuando se actúa como si Dios no existiera. Pero final de cuentas vencerá siempre la verdad.

Oswaldo Curuchich jc

Romero mandanti