El 3 de junio fue el aniversario de la muerte del papa Juan XXIII (1963), una memoria que en este año asume una relevancia particular por el reciente fallecimiento, a los 102 años, de su secretario particular Loris Francesco card. Capovilla. Dos hombres de Dios que me han acompañado de cerca como religioso y en mi experiencia de enfermedad.
Mi caso es bastante conocido aunque no he recibido ningún reconocimiento oficial, o mejor, sin haber publicado una declaración sobre una «gracia recibida» en el año 2000. He releído en estos días la correspondencia y algunos diarios sobre esta historia y he encontrado un título grande: «HO AVUTO UN MIRACOLO. Un sacerdote è guarito dopo aver pregato Giovanni XXIII» – (HE TENIDO UN MILAGRO. Un sacerdote fue curado después de haber rezado a Juan XXIII). Es cierto que los periódicos se atienen a publicar «la esencia de la noticia», por lo tanto, no es cierto que personalmente haya hablado de «milagro», pero después de 16 años puedo aprobar y confirmar. En aquel período al contrario hubiera sido una declaración un poco imprudente.
En diciembre de 1999 me diagnosticaron un cáncer medular de tiroides con metástasis difundido en la zona tórax-cuello. Había poco por decir, sobretodo poco de esperar. Me recuerdo que en aquel período me puse a leer el Diario del alma, la autobiografía de Angelo Giuseppe RONCALLI, ahora San Juan XXIII. Me impactó bastante su serenidad en relación a la idea de la muerte. Cada vez que pensaba, recordaba con gratitud lo que ya había vivido y luego anotaba que «estaba listo». Esta fue la luz que recibí: comprendí que para esperar y vivir bien el «evento de la muerte» debía sobre todo amar la vida. Y con el rostro sereno y sonriente del «Papa Bueno», desde entonces siento que me mira y me sostiene. Tuve entonces inmediatamente la primera intervención delicada, el tiempo volaba y en teoría me quedaba poco.
Don Loris, como siempre hemos llamado al cardenal Capovilla en nuestra comunidad, fue un padre, hermano y amigo para todos nosotros. Se interesó siempre en mi caso y cada vez me aseguraba de haberme encomendado a «su» papa Juan XXIII. Creo que mi situación alcanzó los oídos de muchas personas cercanas a Don Loris porque cada vez oigo decir: «¡Ah!, ¿eres tú el favorecido?». Aún el año pasado, cuando viví otro tiempo particular –porque la enfermedad no me ha dejado del todo libre–, Alguien con mi sorpresa me dijo: «¡De todos modos tú tienes al “papa Giovanni” que te protege desde el cielo!». Es cierto, hay cosas difíciles de explicar pero son buenas para compartir. En los meses de septiembre-diciembre del año pasado peligraba de perder completamente la voz y tenía que ser intervenido a una nueva operación, en palabra de los médicos: «devastador», pero al final la operación fue pospuesta, me prescribieron un nuevo análisis. Para sorpresa en Pascua he podido nuevamente cantar el Exultet y el Aleluya… por la voz resucitada!
Como religioso y presbítero de la Iglesia he tenido prudencia en publicar una declaración de este tipo porque son cosas que la ciencia y la razón NO pueden explicar bien. Por otra parte, todavía soy un paciente bajo la observación de los médicos. Pero una cosa no puedo callar: HE RECIBIDO UNA GRACIA ESPIRITUAL. ¡Eso sí! El gozo de vivir, el gozo de ser cristiano y religioso, ver el futuro con confianza. Son cosas comunes, simples, pero iluminados de una «presencia» fraterna y bendecida. Con los hermanos Leonardo y Piero hemos tenido la dicha de llegar a Sotto il Monte (Bergamo-Italia) para dar el último adiós a Don Loris e interiormente sentía solo reconocimiento y gratitud.
Concluyo diciendo que en todo esto no han habido experiencias extraordinarias como sueños, mensajes, raptos… Sino solo cosas ordinarias pero al mismo tiempo extraordinarias!
Dos amigos del cielo. Así significan para nosotros papa Juan XXIII y Don Loris.
Oswaldo Curuchich jc